martes, 24 de febrero de 2009
DIEZ MESES
Hoy cumplo 10 meses. Lo sé porque me ha saltado el globo del Quitómetro a felicitarme, y la verdad es que ni yo lo creo del todo. Si me hubieran dicho una semana antes de dejarlo me hubiese reido a carcajadas primero y después me hubiese asustado imaginarme la vida sin tabaco.
Y miren ahora, la contentura y el bienestar.
Ya los cumplemeses no son lo que eran, en este barri ¿eh? Pero si alguien pasa por aquí que lo sepan: se puede y se disfruta. Lo dice una que durante 27 años fumó 30 cigarrillos por día y que en dos meses podrá considerarse una ex fumadora...Lo dicho. ¡Ni yo me lo creo!...y algo más: gracias y otra vez gracias a los tres mosqueteros de este blog. G
sábado, 14 de febrero de 2009
jueves, 12 de febrero de 2009
Cambios al dejar de fumar (epílogo)

En primer lugar, llevo muchos meses que no toso ni me duele nada. Antes sufría mucho de dolor de espalda, cervicales, lumbares, en cuanto tenía una tensión se me plantaba en el cuello o en las dorsales y siempre estaba destorciéndome, empastillándome o en el fisioterapeuta. Había llegado a pensar que era crónico. Ahora se ve que mis músculos reciben más oxígeno porque no me duele nada de nada desde que dejé de fumar, y no me han faltado tensiones.
Ya se me ha olvidado lo novedoso de la sensación, pero tengo las vías respiratorias limpitas y despejadas como patenas. La capacidad cardiorrespiratoria lo nota mucho, yo he vuelto a poder hacer aerobic de ese machacante, que antes ya no podía. No es que me entusiasme el aerobic, pero me gusta poder hacerlo si quiero.
Cuando se te pasa un poco la necesidad de estar completamente alerta para que no se te vayan las manos a las cajetillas ajenas te das cuenta que de la multitud de estresores diarios que te rodean te has ahorrado unos cuantos. Por ejemplo, yo viajo en metro y bus una hora para ir a trabajar. Imagínate esos viajes fumando como cosaca, te los pasas histérica esperando salir a la superficie con el cigarrillo en la mano, subiendo las escaleras de 3 en 3 para salir y fumar. Bonita forma de comenzar la jornada. Ahora en cambio puedo ir leyendo tranquilamente y empezar el día sin agobios. Te ahorras la tensión de las reuniones largas sin fumar, y de tener que salir a la puerta de la oficina, y de preguntar en los bares si se puede o no fumar, y los viajes en tren o avión pueden ser muy placenteros para los no fumadores. Aprendes a estar sentada tranquilamente en una habitación sin hacer nada, sin fumar, ni comer, ni morderte las uñas. (Al principio comes, pero luego también se te pasa)
Mientras estás dejando de fumar te parece que estás eternamente pendiente de no fumar y eso te crea estrés. Pero cuando ha pasado un tiempo razonable, te das cuenta de que antes estabas permanentemente pendiente de fumar y, como ya no lo estás, esto te libera una cantidad de energía, tiempo y tranquilidad que antes no tenías. La vida sigue igual que antes pero cuando llega navidad y haces tus propósitos de año nuevo te das cuenta de que ese lo puedes marcar como hecho y entonces puedes afrontar todas esas cosas que querías hacer y que eran incompatibles con el tabaco.
El proceso también tiene sus consecuencias negativas. Para la mayoría de la gente es inevitable engordar, aunque todo el que me lo ha contado lo ha hecho en tiempo pasado, es decir, luego se lo quitó. Yo he engordado 16 kilos, nada más y nada menos, y sólo últimamente parece que el progreso se ha detenido y puedo empezar a adelgazarlos. Ya llevo casi 4 (uffff, qué proeza!). Tú tranquila, Isabel, que la mayoría de la gente engorda 4 ó 5 y ya está, eso es un mes de dieta. Pero lo cierto es que mi proceso ha sido especialmente jodido, pues la abstinencia me desencadenó una depresión muy importante. Esto de dejar de fumar y deprimirse es más frecuente de lo que parece, ya venga la depresión más profunda o más llevadera, aunque la mayoría de las veces ni una misma ni su médico relaciona esa depresión con la abstinencia del tabaco. Y lo peor es que, como mantener la abstinencia es una cuestión de ánimo y de discurso personal interno, la depresión te lleva de vuelta al tabaco por la vía rápida. Es francamente complicado deprimirse y seguir sin fumar cuando lo estás dejando pero yo tenía clara la relación entre las dos cosas y sabía que si recaía tendría que volver a empezar y volver a deprimirme, y no estaba dispuesta. Era sí o sí.
Esto no tiene por qué ocurrirle a todo el mundo, no os alarméis. Por aquí hemos pasado mucha gente y sólo unos pocos hemos sido tocados por el mal de la nube negra. Pero es bueno saber que puede ocurrir y que si os notáis el ánimo bajo por el camino no dilatéis el momento de acudir al médico de cabecera y contárselo.
Ahora estoy prácticamente recuperada de la depresión y he comenzado a quitarme los kilos con la ayuda de un gordólogo y las mismas técnicas que estxs chicxs me han enseñado para dejar el tabaco. A ver, las que no tenemos voluntad tenemos que buscarnos la vida con mil triquiñuelas. Ya no tengo ningunas ganas de fumar en ninguna circunstancia. Muy ocasionalmente me asalta un pensamiento automático relacionado con el tabaco, pero no me apetece fumar. Lo percibo como algo extraño y ajeno. Me resulta raro pensarme fumando, es como si hubiera sucedido hace miles de años o en otra vida. Tampoco me confío y recuerdo bien en qué cajón he guardado el mono, pero lo cierto es que a veces tengo la sensación de no haber fumado nunca. Es raro.
Ahora que releo lo que he escrito, me parece una historia larguísima y plagada de dificultades (y también de beneficios), me parece la historia de alguien que se ha desenganchado de una droga dura, no del tabaco. Y lo cierto es que el destrozo anímico y psíquico ha sido similar, y la rehabilitación también. He tenido que reaprender a pensar sin nicotina, a leer un párrafo y comprenderlo, a terminar un cuento corto y luego una novela, todo eso antes de estar en condiciones de devorar libracos inmensos en tiempo récord, que es lo que he hecho toda la vida. Y aún no leo como antes. No sé, supongo que mi grado de adicción era muy alto o que me apoyaba en el tabaco para solucionar algunas fallas previas, lo que ocurre muy a menudo, aunque casi nadie es consciente. Es lo que aquí hemos llamado a veces llenar los propios vacíos con humo de tabaco, que en cuanto se disipa el humo te das cuenta de que existen y de que en realidad siempre han estado vacíos.
¿Que si ha merecido la pena? Por supuesto que sí. Había alcanzado un nivel de dependencia insostenible, así no se podía vivir. Habría vendido a quien fuera y lo que fuera por un cigarro en un momento de necesidad y estaba viviendo situaciones que rozaban la indignidad personal. Sólo lamento haber tardado tanto tiempo en darme cuenta de que tenía que dejarlo y de cómo hacerlo.
lunes, 9 de febrero de 2009
Los fumadores, entre el atraco y la estafa. A. Escohotado.
Pensaba dejar los cigarrillos el próximo febrero, dando por suficientes 40 y muchos años de gran fumador, pero el recrudecimiento de la cruzada antitabaco justifica un ejercicio de solidaridad con quienes siguen fumando, y aspiran a ser respetados.En efecto, los reglamentos no mandan que las tiendas de alpinismo estampen en sus artículos esquelas sobre peligros de la escalada; ni imponen a la manteca y la mantequilla esquelas parejas sobre los riesgos del colesterol. Ni siquiera los concesionarios de motos y coches deportivos deben incorporar algo análogo sobre accidentes de tráfico. Vendedores y bebedores de alcohol, quizá por respeto al vino de la misa, no son molestados. Quienes usan compulsivamente pastillas de botica resultan pacientes decorosos, y quienes toman drogas ilícitas son inocentes víctimas, redimibles con tratamiento. El tabacómano y el simple usuario ocasional de tabaco, en cambio, son una especie de leprosos desobedientes, que pueden curarse con sanciones y publicidad truculenta.
Es indiscutible que el humo molesta, y que debe haber amplias zonas para no fumadores. Sólo se discute qué tamaño tendrán en cada sitio (edificios, barcos, aviones) las zonas para fumadores. Cuando algo que usa un tercio de la población recibe una centésima o milésima parte del espacio -o simplemente ninguna- oprimimos a gran número de adultos, capacitados todos ellos para exigir que las leyes no reincidan en defenderles de sí mismos. Que las leyes prohíban, o impongan, actos por nuestro propio bien dejó de ser legítimo ya en 1789, al reconocerse los Derechos del Hombre y del Ciudadano, gracias a lo cual en vez de súbditos-párvulos empezamos a ser tratados como mayores de edad autónomos. Y es llamativo que en un momento tan sensible al respeto por muy distintas minorías cunda un desprecio tan olímpico hacia la única minoría que se acerca a una mayoría del censo. Sólo se entiende, de hecho, considerando la tentación de convertir los estados de Derecho en estados terapéuticos, legisladores sobre el dolor y el placer, donde lo que antes se imponía por teológicamente puro pueda ahora imponerse por médicamente recomendable.
Con todo, la sustancia del atropello no cambia al sustituir sotanas negras por batas blancas. Si atendemos al asunto concreto, vemos enseguida que la fanfarria terapeutista disimula y deforma sus términos. En primer lugar, la nicotina estimula, seda y previene algunas enfermedades; los agentes propiamente nocivos son alquitranes derivados de asimilarla por combustión. El gendarme terapéutico ¿se ocupa acaso de promover alternativas al alquitrán? Las primeras patentes de cajetillas con una pila que calienta el tabaco a unos cien grados, hasta liberar la nicotina sin producir alquitranes, tienen más de 20 años. Esos revolucionarios inventos para inhalar selectivamente han ido siendo comprados por las grandes tabaqueras, como es lógico; pero que Philip Morris o Winston se arriesguen a poner en marcha tanto cambio pide un cambio paralelo en la actitud oficial, hoy por hoy anclada al simplismo de satanizar la nicotina.
En segundo lugar, las incoherencias del terapeutismo coactivo brillan en el hecho de que sus desvelos por la salud del fumador no incluyen informar sobre o intervenir en qué fumamos, cuando el tabaco ronda una quinta parte del contenido de cada pitillo. El resto, llamado sopa, es una receta confidencial del fabricante, cuya discrecionalidad le permite novedades como añadir tenues filamentos de fósforo al papel, para que queme más deprisa. En tercer lugar, a este generalizado trágala se añaden promesas de doblar el ya exorbitante precio de las cajetillas, como si sumir en ruina al tabacómano le resultara salutífero.
Así, los deleites unidos a fumar -que son básicamente energía y paz de espíritu-, y los inconvenientes de dejar esa costumbre -que son desasosiego, y resucitar la codicia oral del lactante- pretenden solventarse con un cuadro de castigos: no saber qué fumamos, no tener alternativas a una inhalación de ilimitados alquitranes, padecer atracos al bolsillo, sufrir discriminación social, o comulgar con falsedades (como que estaremos a salvo de cáncer pulmonar, bronquitis, arteriosclerosis e infartos evitando el tabaco). Curiosamente, el cruzado farmacológico norteamericano, que está en el origen de esta iniciativa, se niega por sistema a reducir sus emisiones de gases tóxicos firmando Kioto, sin duda porque tragar humo de modo involuntario y no selectivo es tan admisible como inadmisible resulta tragarlo de modo voluntario y selectivo.
Ante tal suma de iniquidades, un grupo tan nutrido como el tabaquista debe reclamar los mismos derechos que cualquier minoría, empezando por regular él mismo sus propios asuntos. Actos de pacífica desobediencia civil en cada país, como encender todos los días varios millones de cigarrillos a cierta hora, parecen sencillos de organizar, y prometen tanta fiesta para los rebeldes como impotente consternación en el gendarme higienista.
Moliére lo comenta ya en L'amour médecin: «el tabaco es droga de gente honrada, como el café». Reconozcamos también que en tiempos de Moliére no se había descubierto el cigarrillo, ni Hollywood había promocionado tan abrumadoramente su empleo. Doy por evidente que los ceniceros sucios despiden un olor asqueroso, que el tabacómano es una especie de manco, y que fumar muchos cigarrillos genera a la larga efectos secundarios funestos. No por ello resulta más arriesgado que conducir deprisa. Ni es más insensato que ignorar el cultivo del conocimiento, la práctica de la generosidad o prepararse cada uno para su venidera muerte. Lo arriesgado es que la ley saque los pies del tiesto, lanzándose a proteger a los ciudadanos de sí mismos, como si la sociedad civil pudiera administrarse a la manera de un parvulario.
Cuando nos atracan entregamos el botín a disgusto, conscientes de padecer una agresión. Cuando nos estafan lo damos a gusto, imaginando hacer un buen negocio. Pero es estafa, y no buen negocio, cargar con planes eugenésico-paternalistas que siempre aúnan despotismo con frivolidad. Dejar de fumar sólo cuesta tanto porque sus efectos primarios -anímicos y coreográficos- generan un placer sutil. Sin duda, haremos bien dejando de fumar compulsivamente, mientras eso no nos amargue el carácter y desemboque en efectos secundarios como obesidad, inquietud o sustitutos químicos para la sedación-estimulación que obteníamos encadenando cigarrillos. Como dijo Epicteto, "nada hay bueno ni malo salvo la voluntad humana", y si lo olvidamos todo el horizonte se torna banal, no menos que proclive a confundir opresión con protección, estafa con benevolencia.
Antonio Escohotado
Fuente: www.escohotado.org
miércoles, 4 de febrero de 2009
Las cajas de Pandora
