
El caso es que después del último amago de mi mono Amedio, que por el momento no ataca sino amaga muy de vez en cuando, me di cuenta de que debía tomar conciencia punto por punto de todos los cambios positivos que he experimentado después de casi un año sin fumar. Estas mejoras no se notan demasiado pronto, ni repentinamente, ni todas juntas, sino de forma progresiva y a veces hay que estar muy atenta a su aparición porque si no las normalizamos y no somos conscientes del logro que suponen. He hablado de ellas muchas veces, pero anoche tomé conciencia de la más importante de todas: Respiro.
Sí, respiro. Se supone que antes también respiraba porque si no me habría muerto en cualquier ataque de apnea. Pero es que lo de ahora no tiene nada que ver, qué va. Antes, sentía mi aparato respiratorio como un pequeño tubito con las paredes interiores recubiertas de almohadones negros de hollín entre los cuales finísimos hilos de aire luchaban encarnizadamente por alcanzar el torrente sanguíneo, formando el concierto para trompetilla y pito en do menor (alguno diría que tocando a muerto). Y yo pensaba 'es que estoy resfriada y congestionada'. Pues el resfriado me ha durado unos 10 años. Parece mentira las tonterías que llega a creerse una con tal de seguir fumando.
Cada día practico mis ejercicios de respiración y meditación, que es la forma en que combato al mono, la ansiedad, la depresión y la vida en general, y ayer recordé la sensación anterior y caí en la cuenta de que mis bronquios son ahora inmensos, relucientes e iluminados túneles por donde el aire circula libre y limpiamente casi en silencio. Cuando me concentro y presto atención a mi respiración capto en el aire que me circula un rumor como de olas que van y vienen lentamente.
Y supongo que por eso ahora la respiración me relaja y mi organismo está mejor nutrido, no me duele la espalda ni acabo el día muerta de cansancio. Y puedo pensar no más sino mejor y no voy por la vida de una cosa a otra en posición de automático porque estar atenta ya no me causa aquel antiguo estrés. ¿Os acordáis de esa lucecita naranja que siempre me acompañaba? No era el ascua de un cigarro sino mi piloto automático. Pero ya lo he apagado y ahora conduzco yo.